Lo son.
Es como si no lo fueran, porque nadie más lo sabe ver, ni lo puede apreciar, pero lo son.
El último de una serie repetida de ellos, o el único después de una mirada cómplice, o de unas carcajadas por cualquier tontería.
Son sellos, sellos de una complicidad, de una vida. Son el comienzo o el punto y seguido de una conversación cómplice, son algo que nos dice que todo está bien, que todo sigue como siempre.
Esos últimos besos, fugaces, seguidos de una mirada infinita, son sellos del amor.
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