miércoles, 30 de junio de 2010

Estancia bajo protección.

Durante su estancia en el castillo de Criboa, se había dedicado a aprender las costumbres locales y la lengua, para no tener que depender del latín [...], pero no solo había aprendido esto, sino que se había dedicado a estudiar a Xabe, que, junto a Flaín, era el único eslabón de la delgada cadena que le ataba a su mundo.

La verdad es que no podía decirse que hubiera aprendido cosas de Xabe por las conversaciones mantenidas con él. Si bien era cierto que solían compartir el momento de la cena en la sala de guardias del castillo, ésta no era siempre cálida. Había días en los que Xabe parecía malhumorado y apenas soltaba prenda; otros se limitaba a contar su día y a preguntar por el de los demás.

Cuando esto ocurría, por regla general, siempre consistían en lo mismo: entrenamientos en el patio de armas con Diel, del cual rara vez se despegaba, paseos por el pueblo y ocasionalmente, internadas en la biblioteca del castillo, bajo supervisión de algún criado.
Sin embargo, cuando le preguntaba sobre qué era eso que buscaba en la biblioteca, se limitaba a sonreír sin mirarle a la cara y a apurar su cena. En ese punto terminaban las pocas conversaciones que surgían con el mercenario.

También puede decirse que había depurado aún más su técnica. Tras sufrir la herida en el combate contra los vikingos, había estado practicando ininterrumpidamente contra la diestra lanza de Diel para que su limitación se viera superada. Podría decirse que ahora los combates entre Diel y Xabe eran parte de la atracción de los guardias, tanto como para los nobles eran los bardos que llegaban a sus salas.

Yo tampoco me había quedado atrás, por supuesto. Si Diel y Xabe practicaban a diario, Flaín y yo también lo hacíamos con frecuencia, y aunque nuestros duelos no incluyeran lanzas en el arsenal, ambos notábamos progresión en nuestras técnicas.