miércoles, 14 de enero de 2009

Entrada...

Era realmente imponente. La visión de la capital del consejo, encajonada en los cauces de los ríos Ainel y su afluente, el Lanel, y a su vez emplazada en un alto, junto al punto donde se unían.
La impresión desde fuera era increible: encontrándose en cuesta desde las puertas de la ciudad, a la altura de los ríos, el terreno se elevaba gradualmente hasta llegar a la cámara dónde el Consejo se alojaba y reinaba, magnífica, resplaneciente en lo alto del barranco que separaba el fluir del Ainel con la cámara, de unos 25 metros de alto.
Podría decirse entonces que la capital era una enorme cuesta, con los barrios pobres y marginales cerca de las puertas, y a medida que ganabas en altura, se notaba también que ganabas en riqueza.
Era el estereotipo de ciudad clasista que Xabe despreciaba desde niño.
Y sin embargo, allí se encontraba, solo, dispuesto a irrumpir en aquella bulliciosa y poblada ciudad, donde hacerse invisible sería la única forma de conseguir su objetivo: rescatar a Zariand.

Estaba anocheciendo, y en breves darían el toque de queda en la ciudad, por lo que Xabe aceleró su paso hasta que estuvo suficientemente cerca de los guardias de la puerta como para que éstos pudieran reconocerlo.
Sentía el corazón en el puño. Si le reconocían en algún momento, se habría acabado la esperanza para él o para Zariand de salir de aquella infernal ciudad con vida.

Se refugió aún más en su oscura capucha, y disminuyó el paso para que su espada, ya especial de por sí, dejara de tintinear contra la cota de malla que llevaba bajo su capa negra.

Sabía que el Consejo había puesto precio a su cabeza, a la de Nuño y a la de Xander desde el altercado de la torre de Magia, y eso hacía que temiera aún más a los guardias, ya que tenían incentivos más que de sobra para rebanarle la cabeza si le descubrían. Por otro lado, lo último que debía esperar un guardia era que un rebelde se plantara en la capital de Corunor con todo despropósito... Pero, ¿y si el rapto de Zariand era una trampa?

En estos pensamientos andaba el mercenario sumido cuando una voz lo sacó de su ensimismamiento.

-¡Eh, tú!

Xabe se dio la vuelta lentamente hacia el foco de la exclamación.
Lo estaban señalando.

-¡Eh tú! ¿Qué asuntos traen a un forastero sin escolta hasta aquí?
-Eh... Vengo a alistarme en el ejército de Corunor -respondió tras apenas un instante.

El guardia se mostró escéptico. Quizá ese momento de duda le hubiera delatado.
-No sé... llevas una espada muy brillante como para ser un simple campesino que quiere alistarse, o un mercenario errante...-replicó el guardia tendiendo la mano hacia Isthir, que respondió al hombre con un pequeño calambre en la mano.
-No podrías blandirla. Es de.. linaje familiar y sólo los de mi sangre podemos blandirla.
-¡Maldito! ¡Mientes! -Y se abalanzó sobre Xabe trantando de desenfundar el acero del joven.

Un nueva descarga sorprendió al guardia. Xabe sonrió por la bonita runa que había tallado Gröder en el plano de su hoja y que impedía que nadie excepto él empuñara Isthir.

El guardia se mostraba curiosamente abatido, desanimado por no haber sido capaz de llevar a cabo su hurto.
-Si no puedo robarte ese arma, no me merece la pena retenerte más. Pasa.

El rebelde estaba apunto de retomar su camino cuando el guardia le puso un brazo en el hombro.
-Me suena tu cara... ¿te conozco de algo?

-Lo dudo.. vengo de la cordillera Medular, mi padre era leñador y trabajaba en las faldas de las montañas donde nace el Ainel.

Se había preparado esa historia desde hacía algún tiempo, por si le preguntaban por su origen,y quedó satisfecho con la cara del guardia, que parecía haberle creido.

-Una pregunta...

Harcheld le había dicho que debía encontrar a un hombre llamado Lufer,que le ayudaría a entrar a la Cámara,donde seguramente Zariand estaría retenida.

-¿Sabe donde puedo encontrar a Lufer?

-A estas horas, ya estará borracho en la taberna... es por allí, si quieres ir a verle de todos modos, aunque yo que tú no me molestaría.

Xabe retomó su camino con un peso menos en el alma y con la esperanza de que la embriaguez de su contacto no fuera demasiado elevada.

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