domingo, 23 de agosto de 2009

Tras ella

Xabe llevaba días sin poder dormir una noche entera seguida. Desde que habían raptado a la maga blanca, y había salido en su busca, los nervios y la urgencia de llegar a por ella, no le dejaban dormir propiamente. Y si bien el querer recuperarla le daba fuerzas, la necesidad que le exigía descanso le restaba bastante capacidad física. Notaba sus piernas entumecidas de cabalgar tanto, su cuello le dolía de la mala postura al dormir mientras montaba, y no quería ni pensar en esgrimir ahora la espada. Sonaba a tortura.
Llevaba una semana sin descabalgar, pero ahora tendría que hacerlo a la fuerza, se había quedado sin carne desecada y su pan duro era demasiado duro y negruzco como para que lo comiera alguien que no se moviera de forma habitual a cuatro patas.

Al anochecer, empezó a pasar por delante de diversas granjas y haciendas. Ya estaban en época de siega en aquella zona del valle, y Xabe se asombró como en unos pocos días había cambiado el paisaje de las heladas tundras del norte al del interior, fértil y próspero como era. En una semana, no se había parado a pensar en lo mucho que le gustaba ese tipo de paisaje, había ido a galope la mayoría del tiempo, y sólo paraba lo suficiente como para dejar al caballo reposar, y sólo cuando no tenía ocasión de cambiar de montura en un pueblo cuando la suya ya estaba extenuada. Su montura actual la notaba fatigada, pero era un semental negro muy resistente por lo que había podido comprobar el mercenario, y estaba tratando de aguantar con él tanto tiempo como le fuera posible. Cogía cariño a los animales rápidamente, ni eran tan estúpidos como los hombres, ni tan ruidosos, y desde luego, nunca igual de traicioneros.

Se aproximó a un caserío cercano, donde un granjero estaba guardando las cabras en un corral para que pasaran la noche.
Al acercarse al granjero Xabe notó que le estaba mirando de reojo y que trataba de alargar la mano hacia un rastrillo que descansaba en la parte de corral mas cercana a la puerta del granjero. Debía temer que le matara para robarle alguna cabra. "Menudo idiota, como si mereciera la pena siquiera molestarse en matarle", pensó Xabe.

-Buenas noches buen hombre. Llevo días sin poder disfrutar de un buen lecho y necesito aprovisionarme. Le pagaré todo servicio que me preste - sacó un saquito de monedas que llevaba en las alforjas del caballo.

Al granjero le cambió la cara al ver el oro, aunque aún no se mostraba demasiado confiado.
- Está bien. Pasad dentro, se encuentra mi esposa preparando mi comida; la diré que cocine para vos también. Podéis dejar vuestra montura en aquellos establos.

Así lo hizo Xabe. Descabalgó, pues ya apenas notaba sus piernas (por no mencionar su entrepierna), y casi con un dolor que le aliviaba al caminar, acompañó a su negro corcel hacia el establo vacío que le había señalado el granjero.
Podía notar aún la mirada del granjero clavada en su nuca, pero realmente le daba igual.
El aire en esa granja le gustaba, traía un aroma que le recordaba a aquella vez que, camino a Castilla, había acampado cerca del Ebro.
Cogió el cepillo del establo y comenzó la labor con su montura. Le encantaba el pelaje su oscura montura, aparte de por su amor por el color negro, por lo suave de éste.
Estaba cansado, pero era fuerte, posiblemente le aguantaría hasta llegar a la capital, lo cual le hacía hasta ilusión.
Cenó con el granjero, su mujer y sus dos hijas, ambas tres bastante rollizas y de pelo grasiento. Al menos de hambre parecía que no iban a morir. Un grasiento lechazo al fuego fue la contundente cena, que desde luego, parecía fuera del alcance de una familia tan humilde. Debió ser el oro de Xabe lo que hizo que se siriviera tal cena. Le debía una a Xander por el oro.
Le cedieron un gran camastro que tenían vacío en una especie de almacén de herramientas.
"Será de algún difunto hijo por alguna enfermedad, o la guerra" - pensó el guerrero a medida que se iba quitando su coraza de cuero. Se dejó puesto su brazal negro en la mano derecha y los tintineantes cascabeles que la maga a la que perseguía le había dado.
"Dijo que me daría fuerza cuando no la viera en otro sitio... maldita magia, que difícil de comprender"
Se le hacía extraña su situación. Había llegado a tomar como amigos a Diel, Nuño, Flaín, Xander... y se había apresurado al salir del asedio de la torre cubierto por la magia de Gereviald, en cuanto se le había presentado la oportunidad de ir tras la secuestrada hechicera. Les había abanandonado a su suerte, a todos sus amigos, por esa mujer. Sabía que era importante para sus planes, lo decían las profecías, pero no sólo era eso por lo que había cruzado medio continente. Él, que siempre había estado solo, encariñado con una brujita de ojos claros, bonachona y dulce. Él, que siempre había tratado a las mujeres como un simple y burdo pasatiempo, dejándose su valiosa entrepierna en una cruzada para rescatar a una simple maga del núcleo donde sus más poderosos enemigos esperaban un movimiento de esa clase.
"Me estoy ablandando, me pasará factura" - pensó para sí mismo, sarcástico, antes de caer agotado en los brazos de Morfeo.

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